MIRADA AL FRENTE Y ATRÁS


Casi de forma constante en los libros y foros de autoayuda, o crecimiento personal, se indica que no debe mirarse al pasado sino al futuro o incluso más sólo al presente.
Si tuviese que elegir los extremos de aceptar o negar la validez de esta afirmación me decantaría por su validez, pero ya digo que solo en una elección extrema; en realidad todas las circunstancias de la vida, todos nuestros posibles planteamientos, pueden ser tanto mejores cuanto más flexibilidad pongamos en los mismos. He sido muy montañero, y puedo deciros que esas subidas siempre proporcionan su máximo placer cuando miramos al frente, a la cima a la que deseamos llegar, y a la subida que ya hemos recorrido.
 
Exactamente tal día como hoy de hace dos años publiqué un artículo en este mismo Blog titulado “Vida con azúcar y sin azúcar” (que os recomiendo le echéis una miradita), en el que me refería a mi cambio vital de un azucaramiento excesivo de mi cuerpo a un diario endulzamiento de mi espíritu. Hoy, dos años después, no solo he mantenido ese cambio vital de costumbres alimenticias sino que (como bien sabéis mis amigos y seguidores) mi vida ha dado un cambio aún más profundo con mi cambio de residencia y de entorno familiar y de amigos.

El azúcar no es un veneno en sí misma; los hidratos de carbono constituyen nuestras reservas de potencia física; nos son imprescindibles. Pero son tanto más buenos y necesarios cuanto más tengamos que hacer uso de los mismos; si nos cargamos demasiado y no consumimos ese carburante es cuando llegan los problemas de diabetes y cardiacos. Y con el espíritu pasa lo mismo: cargarnos de dulzura, de cariño, de amor y de sabiduría es imprescindible para ser felices; pero ¿de qué nos serviría tanta carga si no la aportamos a los demás, si no vivimos compartiendo pensamientos y afectos?

Por mi cambio de residencia no tengo aún un círculo de amistades como desearía; pero el otro día me pasó algo muy curioso:
Por lo dicho, porque necesito tener amigos, y porque -como dicen mis hijas- soy un cotilla metete en todo, voy por la calle mirando mucho a la gente y tratando de "meterme" en su interior, en cómo pueden ser, en cómo pueden sentirse. 
Me crucé con una mujer de mediana edad, alrededor de los 60, que inmediatamente me impactó, no por su belleza, ni por su elegancia, ni por nada especial salvo que "su cara sonreía", su cara, no expresamente su boca. Era su mirada, una mirada abierta, dulce, tranquila, feliz. Como digo, simplemente nos cruzamos en el camino, nos cruzamos nuestras miradas; sin más.
Seguí por el pueblo haciendo las gestiones que tenía que hacer, y entré en un bar a tomarme un café. Yo lo pido siempre sólo largo. El camarero me preguntó si quería azucar o sacarina, y a mí me salió una sonrisa mientras le contestaba: "nada, me acabo de tomar una dosis". No os puedo decir qué pudo pensar el camarero por la cara que puso.

Y entonces, con ese recuerdo-sentimiento de esa cara abierta, dulce, sonriente sin sonrisa, contacté con el sentimiento diario que tengo cuando cada mañana recibo el saludo, vía whatsapp, de mi querida amiga Corinna, pleno de sencillez, alegría y cariño. Lo siento así y así se lo he comentado a menudo. Le estoy profundamente agradecido porque cada día me hace brotar una pequeña sonrisa interior.

También el hecho de escribir estos artículos me generan satisfacción. No sé hasta qué punto generaré dopamina, serotonina y oxitocina, pero sin duda sí me producen un estado de ánimo mejor para poder compartir afecto y felicidad con los demás.  Yo escribo; tú me estás leyendo. Yo te aprecio, te quiero. No sé quién eres; pero sé lo que eres para mí. No sé donde estás, no a mi lado; pero te siento muy cerca. Quiero transmitirte mi bienestar; gracias por recibirlo.


Y para acabar, y recordando el citado artículo del 16-11-16, he aquí otra frase de un sobre de azucarillo de café









No hay comentarios:

Publicar un comentario