En
estas Fiestas todo el mundo habla de Felicidad. Es la palabra habitual de
nuestros saludos navideños, y de los deseos para el nuevo año, y es frecuente
que de una forma u otra se establezca alguna conversación o charla sobre este
concepto, sentimiento, deseo más unánime de todo ser humano.
Y
así ha sido en mi caso. He tenido oportunidad de coincidir estos días con una
persona (a la que llamaré V) que emplea el 90% de su tiempo en profundizar críticamente,
valientemente, duramente, en los más elementales comportamientos de las
personas, con sus semejantes, con los animales, con la naturaleza. Ciertamente
son días en que quizás deseemos más tranquilidad que discusiones, pero nunca he
rechazado, ni huido de la posibilidad del intercambio de ideas y de las
posibilidades de reflexión. Así que os voy a hablar un poco de dos temas
concretos “discutidos” estos días.
El
primero se inició (dentro del ámbito de la conversación que manteníamos) con
una pregunta directa suya a mí: “¿Tú crees que se puede hablar de felicidad, y
ser “coacher” de cómo ser feliz, si uno realmente no es feliz?”. Luego os diré
la respuesta concreta que yo la di, además de alguna otra explicación, pero
antes quiero poneros en antecedentes de lo que estábamos hablando cuando ella
hizo esta pregunta: estábamos hablando de diferentes trabajos y grados de
profesionalidad, y nos habíamos ido ciñendo a los coacher de la felicidad en
base a una amiga suya que se dedica a esto y que ella cree que es realmente una
persona infeliz <<por sus repetidos fracasos sentimentales y (en sus
propias palabras) por llevar muchos meses sin follar con ningún hombre>>.
V está “segura”(¿?) de que esta persona no es feliz y le parece absolutamente
incoherente y “falso” que esta persona pueda estar hablando de felicidad a
otras …y que encima cobre por ello.
Soy
de las personas que normalmente (posiblemente no lo haga en el 100% de los
casos) me planteo mucho más las ventajas de un cuestionamiento que las
críticas, sin más, de una idea con la que en principio no esté de acuerdo. En
este caso concreto, creo que hacerse la pregunta planteada por V es muy
positivo. ¿Podemos hablar de felicidad si no somos felices?; ¿podemos
aconsejar a alguien algo sobre cómo ser felices si nosotros no nos sentimos
felices?. Y podemos extender estas preguntas a ¿puede un médico recomendar no
fumar siendo él un gran fumador?, ¿podemos entregar a alguien una buena receta
para hacer tortillas si nosotros no hacemos nunca una tortilla?; ¿puede alguien
dar una charla a colegiales sobre el respeto a los bienes de los demás, y tener
la costumbre de llevarse algo de extranjis en los grandes almacenes? ….
Yo
apliqué estos mismos ejemplos para mi respuesta a V, después de decirla que
nunca hay que olvidar el efecto de la pasión y de la coherencia. En una persona
sana, sin alteraciones psicológicas o psiquiátricas sensibles, es muy difícil
que haya pasión si no hay coherencia; es muy difícil que alguien se exprese
apasionadamente en una determinada línea si no cree en ella. Y, además, siempre
que nos dirigimos a otros (de forma oral y directa principalmente) el mensaje
se transmite no sólo por nuestras palabras sino por todo lo que significa
lenguaje no verbal: entonaciones, posturas, expresiones faciales; etc. Por eso,
yo creo que un médico fumador puede recetar a su paciente que no fume aunque él
sí lo haga; y creo que podemos entregar una gran receta de cocina aunque no
hayamos preparado nunca ese plato.
Pero
en la distancia corta, en el vis a vis, podemos comunicar muchas cosas
diferentes de las que expresen nuestras palabras; y si queremos motivar a otros
a que busquen, descubran, y luchen por su felicidad, sí creo que es necesario
un mínimo de coherencia personal y que logremos transmitir a los demás, con
nuestro ejemplo, que realmente llevamos la felicidad en nuestro interior.
Sin
embargo, también creo que una persona puede hablar de lo positivo de un
determinado tema aunque ella carezca de ello; pero puede conocerlo
perfectamente y saber lo necesario, o conveniente, que es para lograr algún fin.
Por ejemplo, y pensando en el caso concreto de la amiga de V, una persona que pueda sentir determinado grado
de infelicidad o malestar en sus relaciones afectivas ¿no puede tener una buena
base de conocimientos de lo que es conveniente para no estar en esa situación?.
Yo admito que -en principio- sí puede tener esos conocimientos, aderezados con
sus experiencias, y quizás contrastados con otros casos que pueda conocer o
haber estudiado. Luego, en un segundo paso, será cómo transmite esos
conocimientos a los demás a pesar de una posible incoherencia con su situación
real del momento.
El
segundo caso hace relación a un hombre, joven, que todas las personas del
barrio conocemos por venirle viendo cada día más abandonado, sucio, harapiento
y tirado por el suelo o en un rincón. El deterioro de esta persona -repito que
muy joven- ha sido evidente y progresivo a lo largo de los dos últimos años. Un
detalle adicional: jamás nadie ha visto a este hombre con comida o con bebida;
nunca borracho, ni drogado; ni tampoco mendigando, y además es educado y si le
saludas te contesta al saludo.
En
ese estatus continuo de V de afrontar críticamente todos los temas, todas las
situaciones, y todas las opiniones, se encontró con una situación de lujo
cuando se pronunciaron dos frases concretas:
“Pobre chico” y “hombre, cuando
uno llega a esta situación será por algo”. ¡¡¡¡Buuuaaaauuu!!. Nos miró, con esa
mirada suya de la que no puedes huir, y nos preguntó: “Cuánto tiempo lleva este
hombre así?”, dos o tres años, la respondimos; “¿y decís que lo veis
deteriorarse día a día, no?”, sí, la contestamos; “¿y cuántas veces os habéis
sentado junto a él y le habéis preguntado cómo está, qué le pasa, qué desea?”…
“¿sabéis que todo, todo tiene solución en esta vida si alguien nos ayuda?”; … “pero
no, -continuó- lo mejor es mostraros indiferentes, pasar por su lado un día y
otro, seguir contemplando su deterioro… hasta que llegue el día en que ya no
esté a la vista y vosotros os digáis
“pobrecillo, era de esperar””
Como
digo, V es bastante dura e intransigente en sus ideas, pero creo que lo que nos
molesta, lo que nos escuece, no es tanto lo que dice sino la verdad que puede
haber en sus palabras. Ella misma añadió: “Yo no digo que tengáis que cogerlo
ahora mismo de la mano y llevarle a vuestra casa, limpiarlo, vestirlo, y
tenerle como uno más de la familia, pero de eso a no hacer absolutamente nada,
nada más que pasar cada día a su lado y decir pobrecillo…”.
Esta
ha sido mi realidad en estos días. No pretendo en absoluto exportar a vosotros
mis propias experiencias. Yo me encontré en esta situación, escuché lo que
escuché, y me tuve que hacer las preguntas que me he hecho. Pero si las he
reflejado aquí no es sino porque, aplicado a cualquier otro caso o situación de
cualquiera de vosotros, plantearse hasta
qué punto la coherencia o incoherencia, la indiferencia o la deferencia, pueden
proporcionarnos, o no, felicidad a nosotros mismos y a los demás, es un ejerció
de reflexión que me parece adecuado para este Blog y para estas fechas.
Pues, como tiene por lema vital V,
Saludos,
y que todos propiciemos la felicidad a nuestro alrededor.
Muy ,pero que muy interesante, y mucho para reflexionar.Gracias y. Besote.
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